Los cajones de los juguetes

Zurya - Sergio Yepes
4 min readOct 3, 2020

Cinco años y medio había sido hijo único, cinco años y medio había sido el reyezuelo de la casa cuando llego mi hermano, una mezcla de sentimientos que para el niño son difíciles de comprender, mejor dicho, de poner en palabras de adulto, por un lado como una gran sorpresa ver a una criatura pequeñita y de pronto la barriga de mamá ya era la misma, ya no era esa barriga sobre la que me recostaba y de la cual me contaban que en ella habitaba mi hermano; mi hermano, ¿qué carajos es un hermano?, todo en casa giraba en torno a mi nuevo hermano y mi madre la portadora de esa novedad que nos presentaba la vida y el sexo, lo cual entendería mejor después.

Al comienzo el nuevo no hablaba, por lo menos no con palabras conocidas, dormía y berreaba; ¿pero por qué berreaba tan duro, no podía darse cuenta qué llenaba la casa con sus berridos? Debía ser por el asunto de ser nuevo en este mundo, tampoco caminaba, estaba ahí de espalda casi todo el tiempo, pataleaba, movía los brazos y oh que cosa maravillosa con esas manitos pequeñitas me apretaba el dedo, uy, tenía fuerza el nuevo, el hermano, pero no tenía ni un diente el verriondo culi cagado, pero eso si cagaba de lo bonito, y al principio casi que ni olía, ya después supo que era oler a mierda, sin embargo su llegada implicó que ya no era el reyezuelo, pase a ser el hermano viejo, el usado, el del tiempo suplementario de los papas porque él no se sabía amarrar los escarpines y mucho menos limpiarse el culito y menos aún coger los cubiertos, como nació en Estados Unidos berreaba en ingles, será por eso que yo no podía traducir lo que decía.

Cuando unos es niño el tiempo no es nada, no está encerrado en parámetros, ideas, en horarios, es todo el rango de experiencias de sol a luna, los días aún no están separados, aún no hay un ayer, un hoy o un mañana, ahí se lo van a uno enseñando, escribiendo en la mente, con actividades; “levántate y báñate para que desayunes y llevarte al kínder”, ¿puedo llevar al nuevo, al hermano, para que conozca mi kínder y mis amiguitas y amiguitos; ¿notaron como escribí, adrede, mi kínder, mis amiguitas? Quien dijo que todo eso era mío, pero bueno, cosas que se aprenden de los adultos, en todo caso un nuevo hermano si conlleva un tuyo y un mío… obvio, los chupos, los teteros, los pañales eran de él, de mi hermano, mi hermano menor y mis juguetes, de mi edad, esos eran mis juguetes no de él, aun un espacio de privacidad, ¿quién sabe cuanto tiempo duraría, claro que en ese instante eso no lo pensaba, que me iba yo a imaginar que cuando estuviera más grandecito él tendría sus juguetes, cuestiones de edad y tamaño y esas cosas y yo los míos, obvio.

Él comenzó a acumular juguetes, muñequitos que no se pudiera tragar, peluches, juguetes de goma para el morder, de esos juguetes que le traían los amigos de papá y mamá, ropa de bebé, hermosa, lastima que a mí no me servía nada de lo que le regalaban, y la verdad no recuerdo bien, pero seguro que ante la avalancha de regalos yo debía mirar paro todos los lados y a todas las manos de las visitas a ver si a también celebraban la existencia, nada, ni un chocolate… este nuevo como que es muy importante, todos los obsequios son para él, uno a los cinco años y medio no ve el mundo igual que los adultos y esas costumbres sociales no las tiene aún muy claras, ¿cómo así que porque él es un recién nacido necesita ropa, juguetes, teteros, sonajas, cobijas, pañales y todo nuevo, y yo que, entonces por que estoy usadito no necesito o quiero o me antojo de nada?

Cuando regresamos a Colombia ese muchacho comenzó a crecer y poco a poco pudo hacer más cosas por sí mismo, impresionante, verdaderamente impresionante, le comenzaron a salir dientes y todo y berreaba de lo bonito el pelado, bueno ya no tan pelado, que pulmones los del muchacho, aún dormía con papá y mamá, pero no crean su malévolo plan de hacerse mi hermano lo llevaría a conquistar mi, si mi habitación, que triste, me socializaron la privacidad, el primer ejercicio de socialismo práctico de mi vida,

- aprende a compartir Sergio.

- si, mamá.

Colonizo buena parte de mi habitación, incluso una parte de los cajones, de madera de colores, donde descansaban los juguetes, enseñarle que había juguetes que eran de él y otros míos, ah, eso me llevo a aprender a demarcar territorios de la propiedad y propiedades del idioma; mío, tuyo, suyo, de ellos, de ellas, nuestro… curiosa la humanidad en todo caso.

Una vez cohabitando el muchacho, el niño ya no bebe, fue tomando confianza y cuando yo no estaba mirando tomaba prestados, sin pedir permiso, mis juguetes, todo lo cual caía bajo el popular refrán de ojos que no ven corazón que no siente; si como no, eso es así hasta que llegas a la cohabitación y descubres que tu preferido juguete de todos tus juguetes, el chistoso y popocho avión de Fisher Price que trajiste de las estranjas, ha sido puesto a prueba por la creciente fuerza del mucharejo y ha sido arrancada de sus goznes y esta por ahí tirada en el piso, ni siquiera enterrada con dignidad por el juvenil delincuente.

Verdaderamente dejo una impronta profunda, esa imagen de mi mismo al entrar a la habitación y ver en la parte de arriba del cajón rojo; el de mis juguetes favoritos como favorito el color del cajón, el avión sin portezuela y ella por ahí… tanto que aún no lo olvido, solo rio, chino verriondo te amo.
2020

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Zurya - Sergio Yepes
Zurya - Sergio Yepes

Written by Zurya - Sergio Yepes

Fiction Writer, poet, video artist, documentary maker, graphic artist, autodidact, film director, thinker.

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